jueves, enero 20, 2011

TODOS SOMOS PECADORES.


EL LLAMADO DE DIOS
III PARTE

Lectura bíblica: 1 Juan 3:4

Propósitos de la charla: a) Conocer el significado bíblico del pecado; b) Identificar el origen del pecado y cuáles son sus consecuencias; c) Valorar y conocer la solución que da Dios al problema del pecado.

“7 Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. / 8 El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. / 9 En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. / 10 En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. / 11 Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros. / 12 Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros.” (1 Juan 4:7-12)


No hay palabra más dura a nuestros oídos que la palabra pecado. Quisiéramos borrar de nuestra lengua ese vocablo y poner en su lugar error o equivocación. Pero la Biblia, que es la Palabra de Dios, prefiere, para referirse a la desobediencia humana, llamarla pecado. La realidad del pecado es una verdad innegable. El hombre vive sumergido en el pecado, la oscuridad, aunque no fue creado para pecar, sino para obedecer a Dios, mas como fue hecho con la libertad de escoger entre hacer lo bueno o hacer lo malo, ha caído.

¿Qué es en verdad el pecado?
¿Cuál es su origen?
¿Cuáles son sus consecuencias? y
¿Cuál es su solución?

Tales son las interrogantes que en esta oportunidad procuraremos responder.

1. Naturaleza del pecado.

a) El pecado es transgresión de la Ley.
“Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley.” (1 San Juan 3:4)
Esta palabra tan utilizada en el campo religioso, despreciada y hasta puesta en ridículo, como un concepto pasado de moda, por el mundo, es, sin embargo, una idea fundamental en la Biblia. El Libro Sagrado usa este término de dos maneras:

a) En plural, los pecados, cuando se refiere a actos, sentimientos y pensamientos malos, contra Dios y/o el prójimo. Por cierto cualquier cosa que se haga, sienta o piense en contra de otro ser humano, también lo es contra la Divinidad. Podríamos decir que “los pecados” son obras de maldad, actos que no agradan a Dios o hechos desobedientes a Él, es decir que infringen Sus leyes, los 10 Mandamientos. Por lo tanto, soberbia u orgullo, envidia, ira, avaricia, lujuria, gula, pereza, son “pecados”.

b) En singular, el pecado, estaría señalando la condición general y básica en que se encuentra el Hombre. estamos, desde que Adán y Eva desobedecieran a Dios, en rebeldía contra el Creador, en contra de Su Divina voluntad. Los pecados se originan en el pecado, que es la desobediencia e incredulidad. El ser humano desobedece la Ley de Dios y tampoco cree que Jesucristo es el Hijo de Dios y Salvador del mundo.

Dice la Biblia: “18 El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. / 19 Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.”[1] No creer es el pecado, las obras de los hombres son “los pecados”.

b) Es la condición del hombre ante Dios.
“9 tribulación y angustia sobre todo ser humano que hace lo malo, el judío primeramente y también el griego, / 10 pero gloria y honra y paz a todo el que hace lo bueno, al judío primeramente y también al griego; / 11 porque no hay acepción de personas para con Dios. / 12 Porque todos los que sin ley han pecado, sin ley también perecerán; y todos los que bajo la ley han pecado, por la ley serán juzgados” (Romanos 2:9-12)

Todos los que hacen lo malo, es decir “los pecadores”, sean judíos o no judíos serán juzgados y condenados a eterna tribulación y angustia. Por un lado está “el pecado” y por otro “los pecadores” que son los que practican el pecado. Revise usted los 10 Mandamientos y evalúe si cumple todos sus preceptos. Si es así usted es un “santo”, de lo contrario es un “pecador”.

Todo el que hace lo bueno, el que actúa en santidad, no será condenado a eterna tribulación y angustia sino que obtendrá gloria, honra y paz. La gloria de ser hijo de Dios y participar en Su Reino eterno; la honra de llevar en sí y anunciar la Palabra de Dios; y la paz de ser perdonados de todo pecado pasado, presente y futuro, por la misericordia Divina.

Sin excepción todos los seres humanos serán juzgados por Dios:

a) Los cristianos ya fueron juzgados en la cruz. Jesucristo tomó sobre sí nuestro pecado, fue juzgado como “pecador” sin ser pecador, y condenado a muerte por nosotros, porque “la paga del pecado es muerte”.[2]

b) Los no cristianos serán juzgados en el juicio final, ante “el gran trono blanco”[3]

Ya sea que estemos bajo la Ley (judíos y legalistas) o sin Ley (gentiles y no creyentes), todos serán juzgados por sus pecados:
a) Los pecados de los cristianos no judíos o gentiles, fueron juzgados en la cruz y lavados con la sangre de Jesucristo.
b) Los pecados de los judíos y legalistas serán juzgados por la Ley.
c) Los pecados de los no creyentes serán juzgados por sus conciencias.
c) El pecado nos hace a todos pecadores.
“Como está escrito: No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10)

Entendido qué es el pecado y los pecados, y la condición de judíos y no judíos ante Dios, podemos ya comprender que todos somos pecadores. No existe persona justa sobre esta tierra, no existe el absolutamente santo y sin pecado, pues todos los seres humanos estamos, desde Adán y Eva, en desobediencia.

2. Origen del pecado.

a) El pecado nació en Satanás.
“12 ¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. / 13 Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; / 14 sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo.” (Isaías 14:12-14)

En estos versos del profeta Isaías se nos muestra la figura de Lucero, acaso un “ángel de luz” también conocido como Lucifer. Este “hijo de la mañana”, una luz brillante en el cielo, es cortado de la altura y cae. Jesucristo en una oportunidad confesó: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.”[4] Este ser debilita a las naciones quitando los principios morales y espirituales que Dios puso inicialmente en el corazón del hombre. El corazón de Lucero se ensoberbeció contra Dios y ambicionó el más alto lugar en la creación “junto a las estrellas de Dios”; quiso ocupar la posición del Cristo, Su trono. Declara: “levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte”, el monte de Sion, como se puede corroborar en el Salmo que dice: “1 Grande es Jehová, y digno de ser en gran manera alabado En la ciudad de nuestro Dios, en su monte santo. / 2 Hermosa provincia, el gozo de toda la tierra, Es el monte de Sion, a los lados del norte, La ciudad del gran Rey.” De la rebelión de Lucero, Lucifer o Satanás, el diablo, surgió el pecado, la desobediencia a la Ley de Dios, pues él quiso igualarse a Dios. Dijo en su corazón “seré semejante al Altísimo.” El pecado no nace en Dios sino en Satán y de él se transmitió al ser humano.

b) El pecado entró al mundo por Adán.
“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.” (Romanos 5:12)

El pecado se introdujo como un virus de maldad, enfermedad y muerte en la raza humana. Este elemento tan negativo que es la falta de respeto al Creador y la desobediencia a Él trajo consigo la mortalidad. El pecado no se quedó en Adán y Eva, sino que se transmitió a sus hijos, nietos y a todas las generaciones posteriores, incluidos nosotros. Estamos enfermos y condenados a la muerte por el pecado.

c) El pecado es universal.
“la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, / por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:22,23)

El pecado no es un asunto que ataña a algunas personas solamente, como aquellas que delinquen o que la sociedad considera despreciables. Tampoco es una condición que deba preocupar nada más que a personas religiosas. El pecado no es algo para considerar con liviandad, ya que afecta a toda la raza humana. Desde el momento que nuestros primeros padres desobedecieron a Dios, el pecado es un principio diabólico que domina la mente y el corazón de los seres humanos.

Muchas personas tratan de negar el concepto y la realidad del pecado, argumentando lo siguiente:

a) Adán y Eva es un mito.
Si no creemos en la existencia de Adán y Eva, esto no quita el pecado, pues la rebelión contra Dios y Sus mandamientos, es algo que está asumido por nuestra naturaleza. Con Adán y sin Adán usted y yo seguimos siendo pecadores. Personas muy cultas y otros que oponen la ciencia a la fe, gustan de justificar su alejamiento de Dios, negando a los primeros padres. Pero ello no niega su condición de pecadores.

b) El Decálogo es un asunto cultural.
Si alguien no cree en los 10 Mandamientos y considera que la moral es algo relativo a las culturas, tampoco eso lo exime de pecado, pues hay algo más profundo que el reproche externo de una Ley, y eso es la conciencia. Ésta nos acusa de pecado. Muchos intelectuales se inclinan a una postura relativista frente a los asuntos de fe, pero la moral de Dios no es algo relativo. Hace más de 3.000 años que fueron entregadas a Moisés las tablas de la Ley, y aún matar, robar o adulterar, siguen siendo para toda sociedad actos deleznables.

c) Dios no existe.
Por último, si alguien decide no creer en Dios, tampoco esa creencia evitará que éste sea un pecador. Con Dios o sin Dios, el hombre es pecador. El pecado es algo universal. La Biblia dice que todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios. Quitar a Dios, Su Ley o aquellos que transmitieron el pecado a la Humanidad, no borra el pecado.

Por el pecado, que es una oscura mancha en las conciencias, no meremos estar en la Presencia de Dios. Como somos pecadores, no somos santos y “sin santidad nadie verá al Señor”[5]. Esto nos lleva a tratar, ahora, las consecuencias que acarrea el que seamos pecadores.

3. Consecuencias del pecado.
El pecado es una característica del ser humano caído. Dios no creó pecadora a la raza humana sino que ésta se hizo pecadora en Adán. Es así que todos los hombres y las mujeres nacemos pecadores, con la raíz del pecado en nosotros. Algunos piensan que bastará con un rito aplicado al bebé para que el “pecado original” desaparezca; creemos que éste es un pensamiento de carácter mágico. El bautismo aplicado a bebés no pasa de ser, a nuestro juicio, más que una bendición; pero no puede suplantar al nuevo nacimiento que realiza el Espíritu Santo en personas con razonamiento propio. Hemos escuchado decir “pero ¿qué pecado podrá tener un bebé?”, negando así la doctrina que dice que nacemos pecadores. El hombre no se hace pecador en el camino de la vida, sino que nace pecador. Dice el salmista: “He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre.” (Salmos 51:5) Recordemos la diferencia entre pecado y pecados. El pecado es la raíz de rebelión, que algunos llaman “pecado original”; en cambio los pecados son las malas acciones que cometemos los seres humanos. Evidentemente un bebé no peca conscientemente, porque desconoce la Ley, no puede aún razonar a un nivel lógico superior ni tiene un desarrollo moral, pero en él lleva la inclinación a la desobediencia, la que se manifestará a su tiempo. El bebé no comete “pecados” pero sí es, intrínsecamente, en lo íntimo o esencial, un “pecador”.

Aquí surge una pregunta: ¿Son salvos los bebés, si mueren? Hay dos respuestas probables:
Respuesta 1: Si pensamos que la salvación se gana sólo por la fe en Jesucristo, entonces los bebés no pueden salvarse porque ellos no tienen fe.
Respuesta 2: Si pensamos la salvación se puede ganar por las obras, entonces sí los bebés pueden ser salvos porque no han hecho malas obras, no han cometido pecados.

Es necesario para razonar correctamente, que la salvación es un juicio, es el juicio de Dios al ser humano. Dios nos juzga en Cristo, por eso murió el Hijo de Dios, para que el hombre fuera juzgado en Él. Los niños, jóvenes, adultos y ancianos, es decir las personas que tienen responsabilidad o un razonamiento capaz de comprender su condición de pecadores, son juzgados en Cristo y salvados. En cambio las personas que no cometen pecados o no saben que cometen pecados, no han nacido de nuevo, por lo tanto no son juzgados en Cristo sino que esperarán el justo juicio de Dios. Puesto que la respuesta 1 es la respuesta bíblica, debemos pensar que los bebés muertos no son juzgados por su fe, que no la tienen, sino por sus obras. No es probable que deban presentarse al Juicio Final, sino que Jesús les reciba en Sus brazos misericordiosos de inmediato, basándonos en Su especial afecto por ellos: “… Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios.” (San Marcos 10:14)

Recordemos que Jesucristo murió por todos. El Hijo de Dios resolvió el problema del pecado y el problema de los pecados, muriendo en la cruz por todos. Hizo una obra perfecta de salvación. Jesucristo vino para quitar nuestro pecado: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (San Juan 1:29) Jesucristo vino para limpiarnos de nuestros pecados: “nos lavó de nuestros pecados por su sangre (Apocalipsis 1:5)” Como estamos en un proceso de santificación, seguimos pecando y para ello la sangre de Jesucristo nos sigue lavando: “pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. / Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. / Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.” (1 San Juan 1:7-9)

Concluimos entonces que:
a) Los bebés, como no han cometido “pecados”, aunque en sí llevan la raíz del “pecado”, son aceptados por Dios en el cielo. En esto es razonable la creencia popular de que los neonatos o recién nacidos “no tienen pecados”. Por otro lado un infante no es capaz de rechazar a Jesucristo, es incapaz de cometer el pecado de incredulidad.[6] El mismo principio se aplica a las personas con retardo mental que no tienen responsabilidad de sus actos.

b) En cuanto a las personas que no son cristianas, es decir que no aceptaron a Jesucristo, serán juzgadas por sus obras en el Juicio Final, y Dios decidirá si van al Cielo o al Infierno[7].

c) Los cristianos irán al Cielo, porque no son juzgados por sus obras sino por las obras de Jesucristo imputadas a ellos. Jesucristo murió por todos los hombres; quien crea esto y entrega su vida a Él es salvo. La principal y más gloriosa obra de Jesucristo es Su muerte de cruz. Por esa obra somos santos, ya hemos sido juzgados y salvados. “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”[8]

Establecido que todos somos pecadores (bebés, retardados, niños, adultos y ancianos), pero no todos cometen pecados, y que todos seremos juzgados por las obras (los no responsables se presentarán al justo juicio de Dios; los no cristianos según sus obras y los cristianos según la obra de Cristo); veamos ahora las consecuencias del pecado.

a) El pecado trae muerte física.
“mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.” (Génesis 2:17)

Dios no plantó árboles en el Edén, como lo haría hoy un labrador, sino que los hizo nacer de la tierra. Todos esos árboles eran hermosos y atractivos por sus frutos. Esto habla de una armonía entre la creación y el ser humano; ella está al servicio del hombre y éste se siente atraído por ella. Los árboles que Dios hizo brotar de la tierra no eran venenosos ni inútiles, sino buenos para alimentarse de ellos. Estaba previsto por Dios que nos alimentásemos de los frutos de la tierra. El Edén era un huerto para bienestar de la primera pareja humana. ¡Indudablemente que Dios tenía grandes planes para la raza humana!

Además de esos árboles nutricios, había dos más: el “árbol de la vida” en medio del huerto y el “árbol de la ciencia del bien y del mal”. El árbol de la vida es aquél que da vida eterna, vida de Dios; es símbolo del Verbo de Vida, Jesucristo. El árbol de la ciencia del bien y del mal es el que daría el conocimiento de los límites entre lo bueno y lo malo, sacando a quien lo comiera, de su condición de ingenuidad y pureza. Adán y Eva no conocían el mal; tampoco tenían una dimensión de lo bueno que obraban, pues desconocían lo contrario.

Dios les dio una orden específica: “mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.” Claramente Jehová advirtió a Adán que si desobedecía a Su orden, moriría. Conocer el mal no era un asunto de saber intelectualmente lo malo, sino de experimentarlo. Cuando Adán y Eva comieron del fruto, estaban desobedeciendo a Dios, estaban transgrediendo Su mandamiento, es decir pecando. Comer del árbol de la ciencia del bien y del mal fue lo que produjo la muerte, no mirarlo. Ellos veían ese árbol, tal como a los otros, y eso no los hacía pecadores. Pero desde el momento que tomaron y comieron del fruto prohibido, pecaron y comenzaron a morir. Como el árbol de la vida les daba vida, el árbol de la ciencia del bien y del mal les daba la muerte. Podemos decir que en el huerto de Edén había un árbol de vida (Jesucristo) y un árbol de muerte (Satanás).
Adán y Eva fueron creados eternos, ya que tuvieron como Padre al Dios Eterno. Cuando desobedecieron perdieron esa cualidad y comenzaron a morir. Es propio de cada ser humano hoy día que cada día después de su nacimiento se deteriore hasta alcanzar la muerte en la ancianidad. Pero nunca fue ese el plan del Creador. ¿Por qué muere el ser humano? Porque su cuerpo se enferma. A veces muere por un accidente en la ciudad, esto es porque la sociedad humana está mal gobernada. Otras por causa de una catástrofe natural, no es culpable Dios que el planeta esté desarmonizado con Él. En ocasiones la persona se suicida, es un auto homicidio. La muerte es resultado del pecado. Por nuestra condición de pecadores, morimos corporal y espiritualmente. La muerte espiritual se caracteriza por: a) la incredulidad; b) el orgullo y la soberbia; c) la culpabilidad; d) la desobediencia a la autoridad; e) el egoísmo y toda falta de amor; y f) la ignorancia espiritual. Recuerde usted como era antes de conocer a Jesús u observe a un no creyente y descubrirá todas estas características: una persona sin fe, que no acepta a nadie orientar su vida, con una carga de culpabilidad secreta o manifiesta, desobediente, incapaz de amar como Dios manda e ignorante de la vida eterna.

“Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás.” (Génesis 3:19)

Otro aspecto que cambia en el ser humano, después de la desobediencia de Adán, es que para éste ya no sería tan fácil obtener el alimento de la tierra. Primero se encontraba en un huerto que le brindaba todo lo que él necesitaba; debía cuidarlo y cultivarlo, pero sin mayor esfuerzo. Sin embargo ahora la naturaleza se le opondría con numerosas dificultades: espinos, cardos, plagas, clima adverso, etc. Él mismo ya no tendría todo el vigor, entonces alimentarse sería por medio de mucho trabajo, esfuerzo, sudor y no sin penas: “Con el sudor de tu rostro comerás el pan…” hasta la muerte, “hasta que vuelvas a la tierra”.

La Palabra de Dios insiste en el resultado de la desobediencia: la muerte. Así como el ser humano fue hecho de barro, volverá al barro, se destruirá. Adán –Adamus en latín- significa “hombre hecho de barro” o “de tierra roja”. Es muy significativo que la Biblia diga “polvo eres, y al polvo volverás.” Ser polvo es ser menos que todo lo creado, es ser nada. Dios desea recalcar nuestra insignificancia y dependencia de Él. El hombre caído está marcado por el pecado, la enfermedad, la muerte y el esfuerzo. Este último puede ser tanto el trabajo como el sufrimiento. Todos estos aspectos, naturalmente, necesitan ser redimidos por Jesucristo. El pecado es perdonado y lavado con Su sangre; la enfermedad es sanada por Sus llagas; la muerte es superada con la vida eterna en Él; el trabajo se transforma en una vocación o llamado de Dios; el sufrimiento cobra un sentido, siendo ahora un modo de ser perfeccionados.

b) El pecado conduce a muerte espiritual.
“Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Romanos 6:23)

Cada acción en la vida tiene un resultado o reacción. Nada de lo que sucede en el universo es casual sino que tiene una causa. Así el mismo universo, enorme y hermoso, es consecuencia de una acción: la Palabra de Dios que ordenó la creación de todas las cosas.[9] Esta es una ley universal, Divina, la ley de causa y efecto o ley de la siembra y la cosecha: lo que se siembra se cosecha; no se puede cosechar bien si se ha sembrado mal. Causa-efecto se nomina, desde el punto de vista de la Física; siembra-cosecha desde el punto de vista moral y espiritual. Jesús y los apóstoles se refieren a estos principios en varios pasajes de la Escritura. He aquí uno de ellos, en que el Apóstol Pablo dice: “la paga del pecado es muerte”. No puede traer vida una conducta pecaminosa; no puede el pecado generar bendición a la persona; es imposible que alguien que siembra malas obras coseche vida sobrenatural. El resultado del pecado es la muerte espiritual. El hombre y la mujer que no obran conforme a las leyes de Dios, a Sus principios morales, necesariamente cosecharán muerte.
Llama la atención la segunda parte de este versículo: “…mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.” Así como lo que el hombre pecador cosecha es la muerte, hay un regalo de parte de Dios, que es la vida. Es muy claro el Espíritu Santo en esto: la vida no es el resultado del buen actuar del ser humano, sino que es un don, dádiva o regalo que Dios entrega generosamente a éste. Si fuera por cosechar lo sembrado por nosotros, obtendríamos sólo muerte. La muerte consiste en: a) muerte física; b) enfermedad; c) deterioro moral; d) culpa; e) ignorancia; f) falta de amor; etc. la vida que Dios da es: a) eterna felicidad; b) Su eterna compañía; c) perdón; d) santidad; y e) las virtudes de Cristo.

c) El pecado produce separación de Dios.
“Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte.” (Santiago 1:15)

La palabra concupiscencia se refiere al “deseo de bienes terrenos y, en especial, apetito desordenado de placeres deshonestos.” Este deseo y apetito que impulsa la carne o naturaleza humana, “da a luz el pecado”. El pecado deriva de esa motivación, la concupiscencia de la carne. Antes de comer del fruto del árbol prohibido por Dios y darlo a su marido, Eva pasó por este proceso interno: a) vio que el fruto era bueno para comer; b) que era agradable a los ojos; c) que era, según la serpiente, codiciable para alcanzar sabiduría. Fue tentada en su gula, vanidad, ambición y orgullo. Fueron esas motivaciones las que le condujeron a pecar.

Consumado el pecado de nuestros primeros padres, dio a luz la muerte espiritual y física de la raza humana. Ello trajo como resultado el alejamiento de Dios. El Creador se vio en la necesidad de apartarnos del Paraíso, no fuera que el hombre tomase del “árbol de la vida” y viviera para siempre. Dado que los seres humanos estamos en pecado, no podemos acceder al Paraíso. Dios es Santo y no admite lo inmundo y pecaminoso, Él repele lo sucio. Sin embargo, tanto es Su amor, que ha provisto una forma de acercarnos a Él. Es lo que veremos a continuación.

4. Solución del pecado.

a) El sacrificio de Jesucristo.
“De otra manera le hubiera sido necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo; pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado.” (Hebreos 9:26)

Dios mismo dio solución a este gran problema de la Humanidad, que es el pecado, entregando a Su Hijo en sacrificio por nuestros pecados. En todas las religiones de la Antigüedad se hacían sacrificios de sangre para expiar las culpas humanas, ya sea que se sacrificaran animales o personas. Jesucristo es el último y perfecto sacrificio de sangre realizado por el Hombre.

¿Por qué debe derramarse sangre para limpiar la conciencia? Podemos explicarlo de dos formas:

a) Esto está muy arraigado en la naturaleza humana. La misma Escritura señala que “sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados”[10]. La sangre representa y es la vida del ser humano pues “en la sangre está la vida”[11]. Jesús hace el sacrificio definitivo. Él siendo Perfecto, Santo y Divino, muere por nosotros y paga nuestras culpas.
b) Hay otro aspecto moral arraigado en el pensamiento humano: “ojo por ojo, diente por diente”, algo así como todo se paga. Nuestro pecado debe pagar, “la paga del pecado es muerte”[12], es así que debíamos morir por nuestro pecado, mas Otro, el Hijo de Dios, pagó por nosotros.

b) El Nombre de Jesucristo.
“Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.” (Hechos 4:12)

En primer lugar la solución al pecado es el sacrificio de Jesucristo. En segundo lugar es Su Nombre. No hay otra persona o dios en la que los seres humanos podamos encontrar salvación. En la Biblia se atribuye al nombre de alguien una gran importancia. El nombre y la persona que lo porta están íntimamente ligados; el nombre revela la esencia de la persona. Conocer el nombre de un individuo significa conocer su espíritu y hasta tener poder sobre él. Cuando Jacob preguntó el nombre al ángel de Jehová –“Declárame ahora tu nombre” –su respuesta fue “¿Por qué me preguntas por mi nombre?” (Génesis. 32:29; Jueces 13:17-18).

Cuando Dios desea darse a conocer revela Su Nombre (Éxodo 6:3). El Nombre de Dios o Presencia de Dios, puede estar en un ángel (Éxodo 23:21); Su Nombre mora en el santuario donde es adorado (Deuteronomio 12:11); Jesús manifestó el Nombre de Dios a los hombres (San Juan 17:6); tenemos vida en Su Nombre (San Juan 20:31); el Nombre pronunciado tiene el poder de la Persona de Cristo (Hechos 3:16; 4:10,12) y Su Nombre es superior a cualquier nombre (Filipenses 2:9)

¿Por qué es tan importante el Nombre de Jesucristo? He aquí las respuestas que nos entrega la Palabra de Dios:

1. El nombre de Jesucristo es para identificación.
En otros términos podríamos decir que el Nombre es la Persona. El nombre de Jesucristo representa toda Su Persona, es Su identificación. Cuando una persona pronuncia el nombre de alguien, se está refiriendo a esa persona. Por eso Dios le dijo a María: “y llamarás su nombre Emmanuel, que traducido es Dios con nosotros.” (San Mateo 1:23)

2. El nombre de Jesucristo es anunciado en la evangelización.
El Antiguo Testamento dice “Y a la verdad yo te he puesto para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea anunciado en toda la tierra.” (Éxodo 9:16) y “Él edificará casa a mi nombre.” (2 Samuel 7:13)

3. El nombre de Jesucristo es para sanidad de los enfermos.
San Lucas nos cuenta la historia de cuando Pedro y Juan yendo a orar al Templo encontraron a un limosnero que era cojo de nacimiento: “Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda.” (Hechos 3:6)

4. El nombre de Jesucristo puede ser ofendido y rechazado.
El profeta lamenta: “Pero he tenido dolor al ver mi santo nombre profanado por la casa de Israel entre las naciones adonde fueron. / Por tanto, di a la casa de Israel: Así ha dicho Jehová el Señor: No lo hago por vosotros, oh casa de Israel, sino por causa de mi santo nombre, el cual profanasteis vosotros entre las naciones adonde habéis llegado.” (Ezequiel 36:21,22) El nombre de Jehová, el nombre de Dios es importante.

5. El nombre de Jesucristo es invocado en la oración.
“Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado.” (2 Crónicas 7:14) Mi Biblia dice: “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” (Romanos 10:13) Hay algo en eso del nombre de Jesucristo. Hay un poder en ese nombre, hay un poder en esa persona que ningún otro tiene. ¿Cuál es ese poder? El poder que puede decirle a ese paralítico levántate y anda. ¿Es que hay algo mágico en el Nombre de Jesucristo? No, sino sobrenatural, porque es el Nombre de Dios. Para nosotros el nombre es una palabra para nominar, un sustantivo propio, pero en este caso esa palabra es sagrada porque nombra al Señor.

6. El nombre de Jesucristo es para fe.
Los cristianos hemos creído en el nombre de Jesucristo: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.” (San Juan 1:12) El Apóstol Juan escribe: “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios.” (1 Juan 5:13) Creer en el nombre de Jesucristo es creer en Su Persona. ¿Es el nombre la misma persona? No necesariamente. Pero sí es parte de la persona. Yo me llamo Iván y, aparte de que este sustantivo propio tenga un significado, mi nombre está ligado a todo lo que yo soy. Cuando quiero verificar que un documento ha sido escrito por mi, lo firmo con mi nombre. Si deseo identificarme a otras personas, le digo mi nombre y muestro un carné donde está escrito mi nombre; es lo que yo soy. Nadie puede utilizar mi nombre sin mi permiso. Sin embargo Jesucristo nos ha dado la confianza de utilizar Su Nombre para lograr favores ante el Padre.

7. El nombre de Jesucristo es superior a todo nombre.
“Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.” (Filipenses 2:9-11) Dios le ha concedido una gran oportunidad de salvación. Usted, como todo el mundo, es un pecador y necesita reconocerlo –esto es lo que se llama “arrepentimiento” –y confesar el Nombre de Cristo antes de morir. Reconozca al Señor Jesucristo como su Señor y Salvador y recibirá el perdón de sus pecados y la vida eterna. Después de morir no habrá otra oportunidad. Es un engaño pensar que la vida eterna no existe; es un engaño pensar que después de esta vida no hay otra; y es un engaño del diablo pensar que Dios le aceptará por sus propios méritos en la otra vida. Tampoco le aceptará sin reconocer a Su Hijo. Entiéndalo bien: “… no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” Jesucristo.

c) La obra sustitutiva de Jesucristo.
“Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.” (Isaías 53:6)

¿Cuál es la condición actual de los seres humanos y cómo podemos superarla?

1. Somos ovejas descarriadas.
“Todos nosotros nos descarriamos como ovejas” Los seres humanos somos un rebaño creado para obedecer. Muchas personas quieren vivir en forma autónoma, sin sujetarse a ninguna autoridad, pero esa no es la naturaleza del hombre. Estamos diseñados para vivir en sujeción. Cuando pequeños debemos obedecer a nuestros mayores, padres y maestros; los jóvenes deben obedecer a las autoridades civiles y religiosas; al llegar a la adultez estamos sujetos a patrones y autoridades políticas; el anciano debe obedecer al médico y a quienes le cuidan. Ninguna etapa de la vida hay sin alguna autoridad sobre nosotros. Sin embargo, la raíz de rebelión que fue plantada en nosotros por el diablo, esa cizaña causa estragos y motiva en nuestro corazón el deseo de “libertad”, autonomía, independencia. Somos ovejas descarriadas del pastor.

La palabra “descarriar” significa apartar a alguien del carril, echarlo fuera de él. En el caso de las ovejas u otro ganado es apartar del rebaño cierto número de reses. Dicho de una persona, es separarse, apartarse o perderse de las demás con quienes iba en compañía o de las que la cuidaban y amparaban. En el sentido ético y espiritual es apartarse de lo justo y razonable. Si vemos al ser humano como una oveja de Dios, su Pastor, éste se apartó de Su voluntad, Sus valores y Verdad, para ir tras sus propios derroteros.

2. Nos hemos apartado de Dios.
El apartamiento no es una acción sólo de nuestros primeros padres, sino de cada individuo que nace en esta tierra. Todos llegando el momento, desobedecen a Dios y se apartan de Su autoridad, porque llevan en sí la simiente mala. La Biblia dice “cada cual se apartó por su camino”. Por eso es que evangelizar es hacer volver al camino correcto, al camino de Dios. Al apartarnos del Pastor que nos creó, lo hacemos para seguir nuestro propio camino. Todos los caminos del ser humano son perversos y llevan a condenación. No hay camino en el hombre que sea con un buen fin, aunque lo parezca. Hay caminos que al hombre le parecen rectos, pero son de perversión. Todos los senderos humanos son parte del único gran camino que conduce a la eterna perdición. El que Jesús llama “camino ancho” tiene muchas vías. Es como una carretera que lleva varias pistas, más todas conducen al mismo destino. El camino ancho va a dar al Infierno. Dice la Palabra de Dios: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; / porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.” (San Mateo 7:13,14)

3. Seguimos nuestros propios caminos.
Los caminos humanos pueden ser estos:
a) El camino de la fama. La persona busca ser famoso, conocido, admirado. Está ávido de ser aplaudido y alimentar su vanidad y egolatría.
b) El camino de las riquezas. Quiere poseer cosas, bienes. Piensa que la vida es tener y que así será feliz, poseyendo casas, autos, joyas, vestidos, lujos, etc. Aún cree que es capaz de comprar personas y así sentirse superior. Es motivado por la ambición.
c) El camino del poder. Su motor es el afán de dominio sobre otros, roba la autoridad a Dios y desea ser tan poderoso como Él, aunque no lo confiesa. Disfruta con la superioridad que pueda tener sobre otros. Para alcanzar el poder utiliza todo tipo de estrategias: compra conciencias, miente, desacredita, etc. El orgullo, la vanidad y la ambición son sus más graves pecados.
d) El camino del placer. Vive para disfrutar los placeres de la carne, es un hedonista, sensual y puede llegar a ser un cínico. Todas sus acciones y esfuerzos están dirigidos al disfrute de la vida. “Después de esta vida no hay otra” suele decir; “lo comido y lo bailado nadie me lo quita”, “comamos y bebamos que mañana moriremos”. Es un idólatra de su propio cuerpo, lo sirve a él y desconoce la vida del espíritu. La gula, la pereza y la lujuria dominan su cuerpo y su alma. No hay templanza en él y se ufana de ello.
e) El camino del conocimiento sin Dios. Sea que opte por la ciencia o por la Filosofía, su convicción es que puede alcanzar la verdad prescindiendo de la Divinidad, la cual la considera un mito, una invención humana y una debilidad. Tal es la soberbia de este hombre que se cree superior e iluminado por una inteligencia privilegiada. Está dominado por la ignorancia espiritual y el orgullo que lo llevarán a eterna perdición, si no cambia.
f) El camino de una espiritualidad errada. Convencido de sus creencias, aprendidas cuando niño o abrazadas en algún momento de la vida, rechaza la Palabra de Dios y al Dios verdadero. Prefiere sus propias explicaciones y las que le da la “falsamente llamada ciencia”. Está empecinado en sus razonamientos, dominado por el “espíritu de error”, movido por el orgullo.

4. Estamos dominados por graves pecados.
Los siete pecados capitales están a la base de estas opciones de vida. Trabajan simultáneamente en el alma humana y son incentivadas por el Reino de Tinieblas, el Diablo y sus ángeles. La soberbia u orgullo humano le hacen creer que puede vivir sin Dios, que es un ser capaz de todo. A veces la envidia moviliza sus acciones; molesto por el éxito de otros quiere competir y superarlos. También la ira, el enojo, pueden gatillar su deseo de éxito o poder. La avaricia lo hace desear para sí todo tipo de bienes y no compartir con nadie sus bienes. La lujuria, la gula y la pereza son fuerzas muy potentes constituyen caminos de vida para la gran mayoría.

5. Nos domina el Diablo y sus demonios.
Detrás de estos pecados hay espíritus demoníacos que dominan las almas del mundo. La tarea de la Iglesia es atar esas fuerzas y vencerlas en el Nombre de Jesucristo. La Biblia alerta: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.” (Efesios 6:12) Los espíritus dominantes en este mundo son:

- el espíritu de orgullo
- el espíritu de envidia
- el espíritu de ira
- el espíritu de avaricia
- el espíritu de lujuria
- el espíritu de gula
- el espíritu de pereza

¿Cómo podemos superarla?

Es imposible hacerlo por nosotros mismos, ya que lucharíamos contra un enemigo más poderoso que el hombre. Por eso fue necesario que el mismísimo Hijo de Dios viniese a hacer esa guerra.

¿Qué hizo Jesucristo para resolver el problema de los seres humanos?

Para volvernos al redil, reunirnos con Dios, seguir el camino bueno y verdadero, vencer nuestros graves pecados y que podamos liberarnos del dominio de Satanás y sus huestes; el Hijo de Dios atacó al origen del mal, aplastó la cabeza de la serpiente. La serpiente es el reino de tinieblas, la cabeza de ese reino es el Diablo. Por eso, todo Su poder fue dirigido a él. Veamos tres aspectos de esa guerra:

1. Jesucristo venció al Diablo en la tentación.
Los espíritus demoníacos atacaron a Jesucristo desde el inicio de Su ministerio. El diablo quiso tentarlo con:
a) La gula. “2 Y después de haber ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre. / 3 Y vino a él el tentador, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan.” (San Mateo 4:2,3)
b) El orgullo y la vanidad. “5 Entonces el diablo le llevó a la santa ciudad, y le puso sobre el pináculo del templo,/ 6 y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y, En sus manos te sostendrán, Para que no tropieces con tu pie en piedra.” (San Mateo 4:5,6)
c) La ambición y la avaricia. “8 Otra vez le llevó el diablo a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, / 9 y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares.” (San Mateo 4:8,9)

2. Jesucristo venció al Diablo en la cruz.
El Hijo de Dios venció en nombre nuestro, el ser humano, al diablo en la cruz. Jesucristo salió vencedor en la lucha contra el pecado, la carne, el diablo y el mundo. Su última gran batalla fue la crucifixión. Él era inocente, podría haberse defendido pero no lo hizo por nosotros, pues debía ser el Cordero de la expiación. El Hijo de Dios cargó en sí mismo todos los pecados de la raza humana, “mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.”

3. Jesucristo sustituyó a los pecadores en la cruz.
“Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.” (Isaías 53:6)

Sustituir es reemplazar. Cuando alguien enferma o falta a su trabajo por largo tiempo, otro lo sustituye o reemplaza. El reemplazante puede hacer tan bien, mejor o peor el trabajo del reemplazado. También esto se presta a engaños y alguien se hace pasar por otro, robando su identidad o disfrazándose para semejarse al original. Esto lo hace con el propósito de obtener algo muy preciado: dinero, libertad…

Pudiera ser que alguien quisiera ser suplantado por otro porque tiene temor de enfrentar algo. Pero suplantar tiene una connotación negativa, en una especie de delito. “Sustituir” o “reemplazar”, en cambio, no llevan esa carga. A veces se cambia una pieza vieja de una máquina, por una nueva. La pieza se reemplaza o sustituye.
Los ladrones de obras de arte, en ocasiones reemplazan el original por una copia, hasta que los dueños o el museo descubren el ardid. En algunos museos, con el fin de cuidar la pieza original de posibles robos o deterioro, sobre todo piezas de arqueología, exhiben la copia. Una copia es una reproducción o imitación exacta del original. No en todos los casos el reemplazante o sustituto necesita ser copia fiel sino que basta una semejanza, dependiendo de la situación.

Hay muchos casos de sustitución y reemplazo en la Historia: generales que al morir fueron reemplazados por otros más jóvenes al mando de su ejército; embajadores que, cumplido su tiempo en una nación, hubieron de ser reemplazados; naves que fueron sustituidas por otras en mejores condiciones y con el mismo nombre y características. Pero el caso más notable de la Historia es Jesucristo, quien actuó como Sustituto de todos los pecadores, en la cruz del monte Calvario, en las cercanías de Jerusalén.

Él fue un Sustituto de todos los hombres, reemplazándolos. Los pecadores merecían la muerte de cruz, por sus maldades, pero Él los sustituyó en su muerte. No podemos decir que les suplantó pues Él no estaba cometiendo un acto delictivo, no estaba tratando de engañar a nadie, ni a Dios. No hizo Su obra contra Dios ni contra el Hombre, sino a favor de ambos:

- Jesucristo actuó a favor de Dios puesto que de ese modo cumplía: a) Su misericordia, el gran amor por la Humanidad: “Diles: Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva. Volveos, volveos de vuestros malos caminos; ¿por qué moriréis, oh casa de Israel?” (Ezequiel 33:11) y b) Su Ley: “Y casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión.” (Hebreos 9:22)

- Jesucristo actuó a favor del Hombre porque le brindó perdón, salvación, justificación, vida eterna junto a Dios.

En verdad el mejor sustituto que un ser humano puede tener es Jesucristo, el Hijo de Dios. Piénselo, la próxima vez que usted vaya a reemplazar a alguien o cuando necesite un sustituto. La completa obra de Jesucristo como Sustituto del pecador, puede verse en los siguientes textos:

a) El Sustituto reemplazó al pecador para salvarlo.
“… mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.” (Isaías 53:6) Jehová Dios cargó sobre Jesucristo el pecado de toda la Humanidad.
Así de grande es Su amor por las criaturas humanas. Sabemos que Jesucristo dio Su vida por nosotros, sin embargo este texto dice Jehová cargó en él el pecado. Cuando hacemos una separación muy grande entre el Padre y el Hijo, tendemos a pensar que son absolutamente independientes Uno del Otro y no es así. Jesús dice “El que me ha visto a mi ha visto al Padre” (San Juan 14:9) y “Yo y el Padre uno somos.” (San Juan 10:30). No estamos negando la doctrina de la Santísima Trinidad sino aclarando que en la cruz fue Dios mismo quien ofreció Su vida. Claro está que Él murió como hombre y no como Dios, pues Dios no muere.

b) El Sustituto cargó con nuestros pecados.
¿Por qué? Porque Él deseaba salvarnos y si nosotros cargábamos con nuestros pecados, no nos salvaríamos jamás a nosotros mismos. Era necesario ofrecer una víctima Santa en la cruz, sin pecado, sin mancha, Perfecta. ¿Para qué cargó con nuestros pecados? Para que nuestros pecados fueran pagados a Dios con el precio de la muerte, puesto que “la paga del pecado es muerte”; para que Jesucristo, como víctima, recibiera el castigo de nuestras culpas; para que en Él fuera hecha la justa justicia de Dios, cumpliéndose Su Ley: “El alma que pecare, esa morirá…” (Ezequiel 18:20)

c) El Sustituto dio Su vida voluntariamente.
En su muerte, Cristo llegó a ser el Sustituto que sufrió la pena o castigo que merecía el pecador. La sustitución es la acción y efecto de sustituir, que significa poner a alguien o algo en lugar de otra persona o cosa. Así, el Hijo de Dios se puso en la cruz en lugar de nosotros, los pecadores. No fue puesto en la cruz por los hombres, a pesar de que ellos lo condujeron al monte de la Calavera, lo clavaron y levantaron en una cruz; sino que fue Él mismo quien lo permitió y no defendiéndose dio su vida por nosotros. “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. / Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.” (San Juan 10:17,18) dijo Jesús. La sustitución es parte de la gran obra del Salvador en nuestro beneficio.

d) El Sustituto fue el Cordero de Dios.
Este ministerio de Jesucristo estaba prefigurado desde la Antigüedad en el día más importante y sagrado del calendario religioso judío, el gran día de la Expiación[13], como relata la Biblia: “y pondrá Aarón sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel, todas sus rebeliones y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará al desierto por mano de un hombre destinado para esto.” (Levítico 16:21) Sólo ese día del año, luego de hacer un sacrificio de sangre con un animal sustituto, el sumo sacerdote podía entrar en el Lugar Santísimo en representación del pueblo y reunirse con Dios. El animal sacrificado, como todos los demás sacrificios judíos de expiación, eran un "tipo" del sacrificio perfecto que un día haría por los pecadores el Cordero de Dios, Jesucristo.

e) El Sustituto fue profetizado.
“Porque os digo que es necesario que se cumpla todavía en mí aquello que está escrito: Y fue contado con los inicuos; porque lo que está escrito de mí, tiene cumplimiento.” (San Lucas 22:37) Debía cumplirse en Jesús la profecía del Antiguo Testamento que decía: “Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores.” (Isaías 53:12) Nuestro Salvador fue contado por Dios como un pecador, llevó nuestros pecados sobre sí y oró por quienes lo condujeron al martirio.

f) El Sustituto sirvió gratuitamente a la Humanidad pecadora.
Cuando la madre de los hijos de Zebedeo –Santiago y Juan –, solicitaron al Maestro que ordenara que en Su reino se sentasen sus hijos, uno a Su derecha y el otro a Su izquierda; Éste recalcó que en el Reino la autoridad se ejerce sirviendo al prójimo y no para enseñorearse de ellos, “como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.” (San Mateo 20:28) Jesucristo nos sustituyó en la cruz, haciéndonos así el máximo servicio en nuestro favor, otorgarnos la salvación.

g) El Sustituto se presentó como el Buen Pastor…
Jesucristo guía a sus ovejas y asume sus culpas como suyas. Se presenta a sí mismo así: “Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas.” (San Juan 10:11) Es un Pastor que toma el lugar de Sus ovejas.

h) El Sustituto murió por el pueblo de Dios.
El sumo sacerdote Caifás pronunció en el juicio de Jesús, a primera hora la mañana del día de su muerte, una de las expresiones más claras y proféticas sobre la idea de sustitución: "ni pensáis que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca" (San Juan 11:50).

i) El Sustituto es prueba del amor Divino.
“6 Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. / 7 Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. / 8 Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” (Romanos 5:6-8) La muerte de Jesús por los pecadores es una demostración del gran amor de Dios por la Humanidad.

j) El Sustituto murió una sola vez.
Bastó sólo una vez que muriese Jesucristo, no necesita volver a morir por cada uno de los pecadores ni morir otra vez por cada nuevo pecado que cometan, porque Él es infinitamente Santo y es poderosa Su sangre, Su vida, para redimirnos de todo pecado: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu” (1 Pedro 3:18) Jesucristo fue muerto en Su cuerpo pero vivificado en Su espíritu y resucitó.


CONCLUSIÓN.
En esta lección hemos aprendido que el pecado es transgresión de la Ley. Diferenciamos entre pecados y pecado. Supimos que el pecado es la condición del hombre ante Dios. El origen del pecado es Satanás, entró al mundo por Adán y Eva, y de ellos pasó a toda la raza humana. Las consecuencias del pecado son: muerte física, muerte espiritual y separación de Dios. La solución para el pecado es dada por Dios mismo y es: el sacrificio, el Nombre y la obra sustitutiva de Jesucristo.


PARA TRABAJAR EN EL CENÁCULO:
1) Lea en voz alta los textos a pie de página y explique uno de ellos.
2) ¿Se considera usted una persona pecadora?
3) ¿Qué se quiere decir con la afirmación de que Cristo es el Sustituto de los pecadores?

BIBLIOLINKOGRAFÍA.
1) “La Perfecta Expiación para el Pecado Personal”; http://www.abideinchrist.org/selahes/apr11.html
2) Lewis Sperry Chafer, “Dios el Hijo, Su muerte Vicaria”; Grandes Temas Bíblicos, Editorial CLIE:
3) Pastor Elmer Fernández “No Hay Otro Nombre”.
4) Middletown Bible Church, “Lo que Podemos Aprender de la Biblia en Cuanto a la Salvación de Infantes”
http://www.middletownbiblechurch.org/spanish/salvatio/infants.htm

[1] San Juan 3:18,19
[2] Gálatas 3:13
[3] Apocalipsis 20:11,12
[4] San Lucas 10:18
[5] Hebreos 12:14
[6] San Juan 16:9; San Juan 3:18
[7] Apocalipsis 20:12
[8] Gálatas 2:20
[9] Hebreos 11:3
[10] Hebreos 9:22
[11] Deuteronomio 12:23
[12] Romanos 6:23
[13] La palabra expiación significa "cubrir" el pecado, y por tanto "eliminar", "borrar", "cubrir". De esta manera el sacrificio "elimina" la culpabilidad del pecado del hombre ante Dios.